miércoles, 15 de diciembre de 2010

Ardor

Como es costumbre llegué demasiado temprano a la fiesta. Tanto que incluso el anfitrión aún no terminaba de prepararse.

Tras disculparse y obsequiarme con una bebida, pasó a sus aposentos para terminar de prepararse.

Me dediqué entonces a vagabundear por esa enorme mansión que más bien se antojaba como un pequeño palacio.

Con calma, con pausa y sin prisa caminé con mis manos en la espalda sosteniendo con ellas mi máscara.

Pesadas y resonantes resultaban mis pisadas por ese piso de duela cubierta con una muy vistosa alfombra color tinto. Con mi mirada atenta y sin casi mover la cabeza, procedí a explorar y ver cada rincón del lugar.

Cuánto lujo y con cuanto exquisito gusto estaba decorada esa mansión. Cristalería, piezas en plata y oro, maderas preciosas e incluso me atrevería a apostar que pedrería preciosa incrustada en algunos ornamentos.

De pronto estaba frente a esa enorme puerta en madera por la que en sus rectangulares ventanas verticales se alcanzaba claramente a ver que eran la entrada a una enorme cocina.

Todo era febril agitación y órdenes “a soto vocce” de parte de un personaje vestido todo de blanco con una cofia enorme coronando su cabeza. Obvio era pensar que se trataba del “Chieff de Cuisinne”.

De pronto escuché esa lánguida voz que solicitaba ayuda. Inmediatamente agucé mi oído para determinar de dónde venía.

Con pasos suaves y acelerados procedí a la fuente de esos sonidos para encontrarme con algo que parecía ser una enorme chimenea de obscura madera de caoba.

Los sonidos se escuchaban perfectamente definidos y entonces con voz alta procedí a contestarle.

Ella me indicó que intentara empujar una de las columnas que sostenían un elaborado frontispicio tallado también en madera, para poder abrir esa puerta. Siguiendo esa instrucción y ante mi asombro, sonó un “click” metálico para entonces abrirse poco a poco esa pesada puerta que simulaba una chimenea.

La voz me invitó a entrar y rápidamente procedí, pues esa pesada puerta ahora comenzaba a cerrarse.

A modo de precaución y para no quedar encerrado, utilicé como “tope” para detener esa enorme puerta algo que parecía ser un viejo cenicero de cristal cortado.

La puerta detuvo su silencioso avance ante semejante obstáculo, dejando entrar en esa obscura habitación un pequeño haz de luz.

No veía prácticamente nada y a tientas intenté encontrar el interruptor que encendiera la iluminación. No había nada.

Ella entonces me indicó que diera cinco pasos a la izquierda y que ahí encontraría un mando deslizante para hacer que la luz se accionara. Hice lo propio y efectivamente la habitación se comenzó a iluminar con una luz rojizo amarillenta.

La habitación era enorme y muy alta. Toda ella tapizada con una tela color rojizo y con unos enormes ventanales ahumados en la parte superior. En medio de la habitación había una cama enorme que tenía en cada esquina una columna de madera que en conjunto todas ellas sostenían un pesado bloque del mismo material.

En medio de ese lecho estaba una muer. Apenas si llevaba una túnica ligera y transparente. Atada a cada esquina de la cama por unas enormes sogas hechas de estambre rojo apenas le permitían moverse.

Me suplicó entonces le ayudara a desatarse, mas de pronto algo en mi me hizo dudar: ¿Por qué estaba atada? Tras preguntarle y recibir muy vagas respuestas de ella, quise saber más de qué estaba haciendo ahí, cómo es que llegó y obviamente saber el por qué de su estado y condición actual.

Ella entonces suspiró y procedió a contarme. Sin mucho detalle me dijo que ella fue invitada por mi anfitrión a una reunión hacía un par de semanas. Que en dicha reunión había tomado una bebida que le provocó un estado de enorme somnolencia y que tras caer desmayada, simplemente despertó en esa habitación exactamente como yo la había encontrado.

Pude observar que al menos le habían alimentado y le habían proporcionado agua y la posibilidad de realizar sus actividades fisiológicas básicas, mas la pobre mujer ya se veía desesperada.

Procedí entonces a compadecerme de ella y procedí a desatar sus manos. Posteriormente sus desaté sus pies y en cuanto se vio desatada, se abalanzó sobre mi tumbándome sobre la rojiza alfombra.

De inmediato traté levantarme pero fue inútil. Ella estaba sobre mi y con sus manos estaba desgarrando mi vestimenta.

En cuanto descubrió mi pene procedió a prácticamente devorarlo de un solo bocado para con esto comenzar lo que se llama un “fellatio”.

Un estremecimiento recorrió mi cuerpo y lo único que torpemente pude hacer fue acariciar su negra cabellera, mientras que atraía hacia mi pubis su cabeza.

Por esa delgadísima túnica pude ver un par de deliciosos senos y unas torneadas piernas que me invitaban a acariciarlas.

Aprovechando un momento en la que ella parecía perder el equilibrio me incorporé, pero más rápido que una saeta ella me capturó de una pierna.

Con firmeza la tomé de los hombros, la levanté y repentinamente cayó la nívea y delgada túnica al suelo. Me vi entonces atraído por su exquisita anatomía femenina.

Besé su cuello, tomé con una mano su seno izquierdo y con mi otra mano acaricié su glúteo derecho. Empezó a gemir de tal manera que eso solo logró acelerar y fortalecer mi ataque.

La tumbé en la cama y separando ese par de columnas torneadas que ella tenía a modo de piernas, le penetré su vagina suave pero decididamente.

Mi cadera entonces comenzó ese movimiento de va y ven, siendo recompensado con la más hermosa vista que un hombre puede desear: Una mujer estremeciéndose.

Ella entonces se incorporó un poco y pidió con voz decidida que acelerara mis estrambóticos movimientos. Así lo hice y entonces esos gemidos eran prácticamente gritos.

Ella entonces saltó hacia mi de manera tan hábil que la penetración no se vio interrumpida. Ella ahora acompañaba a mis movimientos pélvicos con rítmicos movimientos ascendentes y descendentes.

De pronto ella hizo su cabeza hacia atrás y soltando un pronunciado y fortísimo gemido, entró en un orgasmo. Un líquido húmedo corría por mis piernas. Ella había experimentado una eyaculación femenina.

Yo entonces la deposité suavemente en la cama sin que se rompiese el contacto de la penetración. Con suavidad la hice voltear dándome la espalda y tras levantar amablemente su cadera, procedí a continuar con el acto sexual ahora en posición “a cuatro puntos”.

Era simplemente grandioso ver esa espalda, ese delicioso par de nalgas chocando contra mi pelvis y sentir la caricia de su vagina en mi pene.

Ella entonces rompió el contacto y tomando mi pene con su mano derecha, lo hizo apuntar hacia su cavidad esfinterial.

Acercando su trasero a mí y jalando de mi pene, lo siguiente se tornó inevitable: Penetración anal.

Confieso que aunque es algo que siempre me ha gustado practicar, me fue sorprendente no solo la decisión de ella, sino también esa sensación de firmeza y de lubricación de su músculo esfinterial y su macizo recto.

Ella comenzó a moverse hacia adelante y hacia atrás con un ritmo algo acelerado y yo entonces colocando mis manos a cada lado de su cadera, procedí a rítmicamente dar seguimiento a ese festín anal.

Ya no podía más. Mi fisiología exigía que eyaculase en ese instante. Aguantando un poco más e intentando romper con el contacto anal, quise separarme. Ella entonces con su voz en un tono demandante me exigió terminar dentro de ella.

Ante tal “petición” procedí a explotar en el más intenso orgasmo que había sentido en mi vida.

Temblando de placer me quedé un momento recostando mi pecho y cabeza sobre ella, apoyando mis manos en la cama. Recobré un poco la compostura y sintiendo ese latir de su recto y esfínter en mi pene, expulsé hasta la última gota de semen.

Ahora ella procedió a con un movimiento suave sacar mi pene de su ano. Lo llevó a su boca y como una cariñosa gatita procedió a lamerlo, causando en mi tremendos estremecimientos.

No pude más y caí exhausto pero extasiado en el lecho. Abrazándola por detrás y sintiendo sus redondos y firmes glúteos en mis piernas, quedé profundamente dormido.

¿Cuánto tiempo pasó? No lo se. ¿Qué pasó en ese intérvalo de tiempo? Tampoco lo se. ¿Dónde estaba ella? También era todo un enigma.

Procedí a vestirme con los girones que quedaban de mi ropa y salir a un corredor completamente solo y obscuro.

Ya no había sonidos, iluminación ni febril actividad en la enorme cocina. Ya no había ni una sola alma en esa enorme mansión. Caminé hacia la puerta e intentando abrirla, me di cuenta de que ahora yo me encontraba encerrado.

Caminé hacia un enorme ventanal y con un objeto pesado intenté romper un cristal. Al tercer intento y tras por fin ver recompensado con el éxito mi esfuerzo, procedí a salir de inmediato de ese lugar.

Salí a una calle obscura llena de un manto de niebla. Al voltear hacia atrás lo único que pude ver esa esa enorme y obscura mansión.

Llegué como pude ante la puerta de mi casa y, casi a punto de abrir la puerta encontré un sobre rojo con un coqueto moño negro de encaje. Rápidamente lo abrí y en un papelito blanco con letras negras se leía la palabra “Gracias”.

Atónito, me quedé un momento con sobre y papel en mi mano. De repente mi puerta se abrió y para mi asombro, ella estaba esperándome.

Quise hablarle y con su dedo índice en mis labios, acompañado de un susurrante siseo, acalló toda palabra que intentaba proferir. Con sus manos tomó mi cabeza y haciéndome firmemente, besó mis labios por un largo instante.

Fue entonces que con su tierna voz escuché esas delicadas palabras:

“Bienvenido a Tu Muerte”