miércoles, 15 de diciembre de 2010

Ardor

Como es costumbre llegué demasiado temprano a la fiesta. Tanto que incluso el anfitrión aún no terminaba de prepararse.

Tras disculparse y obsequiarme con una bebida, pasó a sus aposentos para terminar de prepararse.

Me dediqué entonces a vagabundear por esa enorme mansión que más bien se antojaba como un pequeño palacio.

Con calma, con pausa y sin prisa caminé con mis manos en la espalda sosteniendo con ellas mi máscara.

Pesadas y resonantes resultaban mis pisadas por ese piso de duela cubierta con una muy vistosa alfombra color tinto. Con mi mirada atenta y sin casi mover la cabeza, procedí a explorar y ver cada rincón del lugar.

Cuánto lujo y con cuanto exquisito gusto estaba decorada esa mansión. Cristalería, piezas en plata y oro, maderas preciosas e incluso me atrevería a apostar que pedrería preciosa incrustada en algunos ornamentos.

De pronto estaba frente a esa enorme puerta en madera por la que en sus rectangulares ventanas verticales se alcanzaba claramente a ver que eran la entrada a una enorme cocina.

Todo era febril agitación y órdenes “a soto vocce” de parte de un personaje vestido todo de blanco con una cofia enorme coronando su cabeza. Obvio era pensar que se trataba del “Chieff de Cuisinne”.

De pronto escuché esa lánguida voz que solicitaba ayuda. Inmediatamente agucé mi oído para determinar de dónde venía.

Con pasos suaves y acelerados procedí a la fuente de esos sonidos para encontrarme con algo que parecía ser una enorme chimenea de obscura madera de caoba.

Los sonidos se escuchaban perfectamente definidos y entonces con voz alta procedí a contestarle.

Ella me indicó que intentara empujar una de las columnas que sostenían un elaborado frontispicio tallado también en madera, para poder abrir esa puerta. Siguiendo esa instrucción y ante mi asombro, sonó un “click” metálico para entonces abrirse poco a poco esa pesada puerta que simulaba una chimenea.

La voz me invitó a entrar y rápidamente procedí, pues esa pesada puerta ahora comenzaba a cerrarse.

A modo de precaución y para no quedar encerrado, utilicé como “tope” para detener esa enorme puerta algo que parecía ser un viejo cenicero de cristal cortado.

La puerta detuvo su silencioso avance ante semejante obstáculo, dejando entrar en esa obscura habitación un pequeño haz de luz.

No veía prácticamente nada y a tientas intenté encontrar el interruptor que encendiera la iluminación. No había nada.

Ella entonces me indicó que diera cinco pasos a la izquierda y que ahí encontraría un mando deslizante para hacer que la luz se accionara. Hice lo propio y efectivamente la habitación se comenzó a iluminar con una luz rojizo amarillenta.

La habitación era enorme y muy alta. Toda ella tapizada con una tela color rojizo y con unos enormes ventanales ahumados en la parte superior. En medio de la habitación había una cama enorme que tenía en cada esquina una columna de madera que en conjunto todas ellas sostenían un pesado bloque del mismo material.

En medio de ese lecho estaba una muer. Apenas si llevaba una túnica ligera y transparente. Atada a cada esquina de la cama por unas enormes sogas hechas de estambre rojo apenas le permitían moverse.

Me suplicó entonces le ayudara a desatarse, mas de pronto algo en mi me hizo dudar: ¿Por qué estaba atada? Tras preguntarle y recibir muy vagas respuestas de ella, quise saber más de qué estaba haciendo ahí, cómo es que llegó y obviamente saber el por qué de su estado y condición actual.

Ella entonces suspiró y procedió a contarme. Sin mucho detalle me dijo que ella fue invitada por mi anfitrión a una reunión hacía un par de semanas. Que en dicha reunión había tomado una bebida que le provocó un estado de enorme somnolencia y que tras caer desmayada, simplemente despertó en esa habitación exactamente como yo la había encontrado.

Pude observar que al menos le habían alimentado y le habían proporcionado agua y la posibilidad de realizar sus actividades fisiológicas básicas, mas la pobre mujer ya se veía desesperada.

Procedí entonces a compadecerme de ella y procedí a desatar sus manos. Posteriormente sus desaté sus pies y en cuanto se vio desatada, se abalanzó sobre mi tumbándome sobre la rojiza alfombra.

De inmediato traté levantarme pero fue inútil. Ella estaba sobre mi y con sus manos estaba desgarrando mi vestimenta.

En cuanto descubrió mi pene procedió a prácticamente devorarlo de un solo bocado para con esto comenzar lo que se llama un “fellatio”.

Un estremecimiento recorrió mi cuerpo y lo único que torpemente pude hacer fue acariciar su negra cabellera, mientras que atraía hacia mi pubis su cabeza.

Por esa delgadísima túnica pude ver un par de deliciosos senos y unas torneadas piernas que me invitaban a acariciarlas.

Aprovechando un momento en la que ella parecía perder el equilibrio me incorporé, pero más rápido que una saeta ella me capturó de una pierna.

Con firmeza la tomé de los hombros, la levanté y repentinamente cayó la nívea y delgada túnica al suelo. Me vi entonces atraído por su exquisita anatomía femenina.

Besé su cuello, tomé con una mano su seno izquierdo y con mi otra mano acaricié su glúteo derecho. Empezó a gemir de tal manera que eso solo logró acelerar y fortalecer mi ataque.

La tumbé en la cama y separando ese par de columnas torneadas que ella tenía a modo de piernas, le penetré su vagina suave pero decididamente.

Mi cadera entonces comenzó ese movimiento de va y ven, siendo recompensado con la más hermosa vista que un hombre puede desear: Una mujer estremeciéndose.

Ella entonces se incorporó un poco y pidió con voz decidida que acelerara mis estrambóticos movimientos. Así lo hice y entonces esos gemidos eran prácticamente gritos.

Ella entonces saltó hacia mi de manera tan hábil que la penetración no se vio interrumpida. Ella ahora acompañaba a mis movimientos pélvicos con rítmicos movimientos ascendentes y descendentes.

De pronto ella hizo su cabeza hacia atrás y soltando un pronunciado y fortísimo gemido, entró en un orgasmo. Un líquido húmedo corría por mis piernas. Ella había experimentado una eyaculación femenina.

Yo entonces la deposité suavemente en la cama sin que se rompiese el contacto de la penetración. Con suavidad la hice voltear dándome la espalda y tras levantar amablemente su cadera, procedí a continuar con el acto sexual ahora en posición “a cuatro puntos”.

Era simplemente grandioso ver esa espalda, ese delicioso par de nalgas chocando contra mi pelvis y sentir la caricia de su vagina en mi pene.

Ella entonces rompió el contacto y tomando mi pene con su mano derecha, lo hizo apuntar hacia su cavidad esfinterial.

Acercando su trasero a mí y jalando de mi pene, lo siguiente se tornó inevitable: Penetración anal.

Confieso que aunque es algo que siempre me ha gustado practicar, me fue sorprendente no solo la decisión de ella, sino también esa sensación de firmeza y de lubricación de su músculo esfinterial y su macizo recto.

Ella comenzó a moverse hacia adelante y hacia atrás con un ritmo algo acelerado y yo entonces colocando mis manos a cada lado de su cadera, procedí a rítmicamente dar seguimiento a ese festín anal.

Ya no podía más. Mi fisiología exigía que eyaculase en ese instante. Aguantando un poco más e intentando romper con el contacto anal, quise separarme. Ella entonces con su voz en un tono demandante me exigió terminar dentro de ella.

Ante tal “petición” procedí a explotar en el más intenso orgasmo que había sentido en mi vida.

Temblando de placer me quedé un momento recostando mi pecho y cabeza sobre ella, apoyando mis manos en la cama. Recobré un poco la compostura y sintiendo ese latir de su recto y esfínter en mi pene, expulsé hasta la última gota de semen.

Ahora ella procedió a con un movimiento suave sacar mi pene de su ano. Lo llevó a su boca y como una cariñosa gatita procedió a lamerlo, causando en mi tremendos estremecimientos.

No pude más y caí exhausto pero extasiado en el lecho. Abrazándola por detrás y sintiendo sus redondos y firmes glúteos en mis piernas, quedé profundamente dormido.

¿Cuánto tiempo pasó? No lo se. ¿Qué pasó en ese intérvalo de tiempo? Tampoco lo se. ¿Dónde estaba ella? También era todo un enigma.

Procedí a vestirme con los girones que quedaban de mi ropa y salir a un corredor completamente solo y obscuro.

Ya no había sonidos, iluminación ni febril actividad en la enorme cocina. Ya no había ni una sola alma en esa enorme mansión. Caminé hacia la puerta e intentando abrirla, me di cuenta de que ahora yo me encontraba encerrado.

Caminé hacia un enorme ventanal y con un objeto pesado intenté romper un cristal. Al tercer intento y tras por fin ver recompensado con el éxito mi esfuerzo, procedí a salir de inmediato de ese lugar.

Salí a una calle obscura llena de un manto de niebla. Al voltear hacia atrás lo único que pude ver esa esa enorme y obscura mansión.

Llegué como pude ante la puerta de mi casa y, casi a punto de abrir la puerta encontré un sobre rojo con un coqueto moño negro de encaje. Rápidamente lo abrí y en un papelito blanco con letras negras se leía la palabra “Gracias”.

Atónito, me quedé un momento con sobre y papel en mi mano. De repente mi puerta se abrió y para mi asombro, ella estaba esperándome.

Quise hablarle y con su dedo índice en mis labios, acompañado de un susurrante siseo, acalló toda palabra que intentaba proferir. Con sus manos tomó mi cabeza y haciéndome firmemente, besó mis labios por un largo instante.

Fue entonces que con su tierna voz escuché esas delicadas palabras:

“Bienvenido a Tu Muerte”

Devoto amante virtual.

Es curioso y a la vez sorprendente el darse cuenta de cómo con la edad ganamos experiencia, habilidades y apetitos mas sin embargo empezamos a perder ciertos encantos.

No soy la excepción y para mi edad soy un “homo sapiens” de género masculino que aunque no feo, no me puedo considerar como material de concurso.

Como miembro de la comunidad cibernética de hoy, me encanta gozar de todas las herramientas que la Internet nos ofrece. Predominantemente aquellas que se consideran dentro de las redes sociales.

Desde que aún a dicho fenómeno no se le daba toda la atención he participado en las más importantes de ellas. También es mi costumbre el identificarme plenamente en ellas y nunca utilizo fotografías o imágenes que no se apeguen a mi hosca y nada agraciada realidad.

En esa ocasión y como sucedía en algunas otras, ingresé a la red y comencé a enviar mis “entradas” con la regularidad que mi inspiración dictó.

Sediento de compartir mis emociones del momento y empujado por un ferviente deseo a ir mas allá de unos cuantos caracteres, coloqué una entrada a mi Blog favorito.

Sin falsas pretensiones y simplemente poniendo la honestidad, el alma y por qué no volcando mis más febriles deseos, envié mi entrada.

Una vez publicada simplemente la releí para revisar con otra óptica cuánto había dejado de mis más hondos sentimientos en esas líneas.

La verdad he de admitir que si me asombré un poco de cuánto pude expresar en esa aportación al Blog. Más aún cuando llegó como respuesta el primer comentario de ella.

Su comentario era fuerte, audaz pero nunca vulgar o “salido de tono”. En palabras directas pero correctas y con una redacción clara expresaba lo que sentía como resultado de mis textos.

Me quedé mudo y petrificado ante tal respuesta. Nunca imaginé y mucho menos esperé que mi prosa tuviese ese impacto.

Llegaron más comentarios. Algunos con contrasentidos que la verdad no quise ni leer. Otros definitivamente muy ilustrativos, pero ninguno como el de ella.

Siguiendo los protocolos que marca la decencia y la educación, contesté con agradecimiento franco y honesto a su muy amable y especial comentario.

Mi sorpresa fue aún mayor cuando su siguiente misiva hizo acto de presencia en mi programa para lectura de correo electrónico.

Sin rebuscamientos, directa y francamente expresaba más cosas de lo que para ella había representado eso que escribí.

Mi asombro se multiplicó. Nunca había recibido una respuesta tan franca, decidida y de manera tan directa.

Tras intercambiar sendas misivas electrónicas, acordamos una fecha y una hora para poder realizar una vídeo conferencia.

La hora señalada se acercaba. Por toda mi rubicunda corpulencia surcaban oleadas de calor y estremecimientos como cuando se tiene fiebre.

La hora pactada estaba cada vez más cercana y me dí cuenta con grato asombro, que mi comportamiento era como el de un adolescente. Un adolescente bastante crecidito y vividito, esperando a una mujer.

La hora llegó y en ese sitio pactado comenzó el intercambio virtual.

No podía creer lo que mis ojos veían. Qué mujer mas hermosa estaba viendo yo. No era una fotografía, no era un vídeo previamente grabado. Era una diosa que al otro lado de la línea estaba conversando conmigo.

Al principio tímido y poco a poco un poco más animado conversé un buen rato con ella. Todo transcurría de una manera tan linda y sublime, que mis nervios empezaban a ceder por un sentimiento de admiración, gusto y por qué no decirlo EXCITACIÓN.

Mis comentarios y los de ella comenzaron a ser más audaces y sin darme cuenta, ella estaba consintiéndome. Ella estaba realizando esos pequeños caprichos que le solicitaba.

Pronto no pude más y cuando sugerí que retirara su delgada blusa, ella mostró un par de hermosísimos senos. Esos senos que obsequian al que los observa un deseo irrefrenable de acariciarlos y besarlos.

Enmedio de tan divinas y redondas prominencias pectorales, moraban sendos pezones rosáceos que contrastaban con esa piel morena casi obscura.

Ese rostro tierno y a la vez apasionante estaba adornado por unos labios carnosos, unos divinos ojos azules y un cabello largo y rubio.

No era posible que tan bellísimo ser estuviese conversando casi desnuda conmigo.

Pronto ella comenzó a moverse de una manera altamente sugerente y sugestiva. Mi temperatura corporal iba en aumento y la respiración era agitada, pesada.

Mi corazón palpitaba en una estampida sin control que rompía el silencio de esa habitación. Decidí desabrochar mi pantalón.

Ella entonces comenzó una deliciosa danza movida por el deseo. Mientras se acariciaba a si misma todo el torso, yo discretamente y fuera de su vista ya tenía una erección.

Casi se me salen los globos oculares de sus órbitas cuando ella procedió a retirarse toda la ropa. Ahí estaba ese monumento de mujer. Hermosa, altiva, grande.

Creada por los mismísimos dioses y con unas deliciosas formas redondas en todo su cuerpo, ella comenzó a tocarse suavemente sus genitales.

Yo veía con asombro, excitación y hasta un dejo de temor tan grata, maravillosa y lujuriosa escena. Era realmente una experiencia fuera de este mundo.

Le externé casi sin aliento cuan excitado estaba y que siendo franco y honesto, mi mano izquierda estaba frotando furiosamente mi miembro viril.

Ella no lo tomó a mal. Más bien imprimió más fuerza a su erótica danza y entonces pasó lo que nunca imaginé. Ella procedió a utilizar un objeto para dar rienda suelta a su deseo.

Era un delicado trozo de cristal que al parecer estaba moldeado exprofeso para realizar esa actividad masturbatoria. Con una punta completamente esférica y con una continuación helicoidal como un suave tornillo.

Alcancé a distinguir cómo suave pero diligentemente lubricaba ese vítreo artefacto como imitando una masturbación masculina.

Dejó de lado el lubricante para como yo lo esperaba, empezar a introducir el falo de cristal en su vagina.

Con rítmicos y deliciosos movimientos movía su instrumento hacia adentro y hacia afuera, mientras que en su hermoso rostro se empezaba a dibujar un placer extremo.

Absorto en esa danza erótica y a la vez sensual, mis dedos volaban escribiendo y tratando de describir todo lo que veía.

Un calor intenso recorrió todo mi ser y súbitamente sentí como si mi pene fuese esa figura transparente.

Repentinamente pero con toda gracia, apoyando sus pies en ese sillón de piel, levantó su cadera y apuntando la pieza cristalina a la cavidad anal, procedió a sentarse suavemente sobre ella mientras en su cara se dibujaba una mezcla de extremo placer y deliciosa ansiedad.

Ahora era su bellísimo ano el que estaba siendo agasajado por el dildo. Sus dedos atacaban también su vagina y ahora todo su cuerpo se estremecía.

Era genial, maravilloso, único. Fuerte pero a la vez exquisitamente excitante. Ella estaba en ese momento a punto de un orgasmo cuando sin darme cuenta y como si una mágica conexión nos enlazara, sincronizadamente estallamos en un feroz y brutal orgasmo.

Nuestros ahogados gemidos retumbaban en cada Bit y en cada Byte que iba y venía por la red. Saciados y felices nos miramos mutuamente y entre jadeos y estremecimientos, apenas pude decirle lo que un humilde siervo dice a su ama cuando ha recibido ese regalo tan hermoso y celestial: GRACIAS…

Como si estuviésemos acostados en el lecho nos acurrucamos cabeza con cabeza a través de los fríos monitores. Con voz trémula y placentera nos decíamos cosas que reforzábamos con caricias virtuales en la imagen correspondiente.

Virtualmente nos besamos como locos y ahora ya no había más presencia en el mundo que ella y yo.

Era de madrugada cuando nos despedimos. Ella y yo habíamos tenido la experiencia virtual más maravillosa de nuestras vidas. Tras acordar vernos otra vez en ese nuestro refugio virtual, perdimos todo contacto uno del otro.

Hoy no me cabe la menor duda que, este tosco, feo y regordete animal que soy, ha tocado aunque sea por un instante eso que otros llaman petulantemente “El Nirvana”.

Esclavo de su deseo…

Eran ya cinco minutos después de la hora señalada para la entrada. Apresuré el paso para poder acortar aunque fuese ilusoriamente la ya muy poca distancia que me separaba de mi oficina.

Afortunadamente el elevador acababa de llegar y casualmente (aleluya) también tenía programado el piso al que yo debía subir.

Ya en mi cubículo procedí a la rutina de desempacar mis bártulos laborales y servirme una taza de café.

En la atestada cocinita no había casi espacio, por lo que solicitando permiso y empujando, pude tomar mi taza, servirme mi café y regresar a mi estación de trabajo.

Al llegar noté que en mi escritorio había un pequeño sobre color negro, con un coqueto moñito blanco hecho con un encaje bastante minúsculo. Sorprendido por el espontáneo y anónimo obsequio, me quedé un momento de pié viéndolo.

Discretamente miré por el rabillo del ojo a ambos lados y nadie parecía demostrar que era esa persona “anónima” que dejó tan interesante objeto.

Me senté pesadamente en mi silla y poniendo atención a mis mensajes discretamente comencé a abrir el sobre.

Al ser abierto el sobre despidió un aroma muy delicado y a la vez delicioso. Asomaba ya el contenido del sobre y se notaba una linda caligrafía hecha a mano, presumiblemente femenina.

Contesté una llamada y mientras entregaba verbalmente cierta información procedí a tomar esa nota. De repente mi sorpresa fue tal que dejé de poner atención a mi llamada.

En ese trozo de papel mantequilla venía escrito con tinta china la frase: -”…quiero que Tú me llenes completamente de un intenso placer sexual”-

Como pude terminé mi llamada no sin tener que disculparme en varias ocasiones con mi interlocutor, pues estaba realmente turbado con ese misterioso mensaje.

Atónito, con la mirada fija aún en la nota, simplemente procedí a guardarla de nuevo en su discreto sobre. Puse la nota en el bolsillo de mi camisa y traté de retomar concentración y compostura en el sanitario.

Solo en esa habitación, mirándome al espejo procedí a lavarme la cara con agua fría. Tras tomar un poco de ánimo regresé a mis labores.

Pasaron algunas horas y confieso que ese extraño pero muy enigmático y a la vez y por qué no agradable acontecimiento, se me habían olvidado.

Llegó la hora de tomar el almuerzo y mientras pedía mi elevador, una voz femenina me dijo en un delicado y estremecedor susurro: -”…no me mires, sigue viendo al frente. Te espero después de la salida en la sala de juntas”-.

Intenté ver de quién se trataba, pero inmediatamente increpó: -”…no voltees. Si volteas todo acabó”-.

Se abrió la puerta del elevador y como por arte de magia esa voz y quien la profirió no estaban más a mi lado. En el espejo que estaba en el fondo del elevador no se veía mas que mi petrificada corpulencia.

Subí al elevador y tras llegar al pequeño expendio de alimentos, no estaba seguro ya si quería almorzar algo. La verdad estaba temblando.

Pedí un “sandwitch” de atún, un jugo de naranja y tras engullirlos de manera casi inconsciente, retorné a laborar.

Así pasó el tiempo entre llamadas, mensajería electrónica, reportes, pedidos, agendado de pláticas y cursos. La tan ansiada hora de salida llegó.

No era extraño para nadie el que yo me quedar hasta altas horas de la noche en la oficina, por lo que simplemente tras responder a los amables mensajes de despedida procedí a esperar.

Solo y sin nadie mas al rededor me acerqué cautelosamente a la sala de juntas. El sobrecito aún en el bolsillo de la camisa escuchaba perfectamente los agitados latidos de mi corazón.

Estiré mi mano para abrir la puerta y esta se abrió suavemente. Oteando por el espacio entre la puerta y el marco de la misma, no se veía nada. Solo obscuridad.

Comencé a entrar a la sala y la voz me dijo con suavidad: -”…pasa hasta el fondo y siéntate en ese sillón.

El único sillón que se alcanzaba a distinguir en la obscura sala estaba separado un par de metros de la mesa de consejo. Con pasos firmes pero lentos llegué al sillón y con calma procedí a sentarme.

Alcancé a distinguir una delicada forma femenina que se recortaba en ese claro-obscuro que ahora inundaba la sala.

Era una bella figura femenina menudita y delgada. Su exquisito cuerpecito con muy femeninas y redondas formas expedían ese perfume que estaba presente en el sobrecito y la nota.

Se acercaba a mí y tras simplemente hacerme una seña de guardar silencio, se sentó en la mesa de consejo y se reclinó hacia atrás.

Su negro y hermoso cabello calló en esa mesa y delante de mi estaba ese bellísimo pubis que de manera al principio tímida procedí a tocar.

Sus delicados vellos enmarcaban un par de tiernos labios, que sin que nadie me dijese nada yo sabía que tenía que hacer.

Saqué un poco mi lengua y comencé a degustar ese sagrado manjar. Con movimientos lentos y delicados ascendentes y descendentes acaricié esa rosácea vagina.

Cada que mi lengua tocaba su redondito clítoris ella se estremecía y profería un delicado gemido. Yo comencé a excitarme y a experimentar un intenso calor en mi cara.

Tomé con mis manos su cadera y atrayéndola a mi boca, besé su vagina con intenso frenesí. Toda mi lengua estaba ahora en su femenina y húmeda cavidad.

Con movimientos lentos pero decididos metía y sacaba mi lengua y eso parecía gustarle, pues de inmediato se incorporó para con sus dos brazos aferrarme fuertemente a su pubis.

Loco de excitación ataqué esos genitales femeninos con ardorosa pasión, hasta que ella tomándome de mis cabellos me separó de mi festín.

Me puse de pié y ella se arrodilló ante mi. Me desabrochó el cinturón con sus manos mientras que con su mejilla acariciaba mi pene por encima del pantalón.

En cuanto ella desnudó mi falo, abrió su boca y sacando un poco su lengua procedió a deglutirlo como si se tratase de una ostia.

Con sus manos en mis glúteos me hacía acercarme más a ella. Yo sentía con hondo placer como mi pene era literalmente tragado. La sensación de mi glande en su garganta era indescriptible.

Con denuedo y con esa excitación ya en ambos, la separé amable y suavemente de mi pene y tras tomarla de la espalda y glúteos, la cargué sobre mí para penetrarla.

Ella en vilo y yo elevándola y bajándola rítmicamente, con mi pene en su vagina, comenzó esa danza frenética. Sus movimientos estrambóticos y rítmicos acompañados de esos ya no tan silenciosos gemidos, me hicieron hervir aún más mi sangre.

Ella estalló en un orgasmo y temblando me pidió detenerme un momento. Tiernamente acurrucó su cabeza en mi hombro y entre jadeos orgásmicos me dijo: -”…ponme en el suelo por favor”-.

La hice descender delicadamente y ella entonces me dio la espalda. Se inclinó completamente y con su mano tomó mi pene. Tirando suavecito de él me hizo acercarme a sus glúteos.

Ella entonces me dijo con su voz queda: -”…quiero tu lengua”-. De inmediato entendí su deseo. Me hinqué delante de sus carnosas nalgas, las separé con mis manos y coloqué mi lengua en su esfínter anal.

Comencé a lamer el borde de la estrecha cavidad y noté que ella temblaba en cuanto con mi lengua pasaba por el centro de ese tierno anito.

Entonces ella con su mano izquierda abrió más mi panorama y ahora mi lengua degustaba esos delicados pliegues y algo del interior de su esfínter.

Con movimientos de “va y ven” ella provocaba que mi lengua entrara cada vez más a su ano. Así seguimos un pequeño lapso de tiempo hasta que con una voz decidida y mostrándome sus bellísimos ojos negros me ordenó: -”…penétrame completamente”-.

Me puse de pié. Tome mi pene con la mano derecha y acercándolo a su ano, procedí a insertarlo en ese vórtice del placer supremo.

Ella respondió acercándose más. Con un gemido ahogado ella terminó de introducirlo por completo. Se puso de pié con mi miembro viril completamente dentro de su ano y tomando mis manos las colocó en su enhiesto y firme par de senos.

Ahora la imaginación y el instinto se apoderaron de los dos. Ella con sus movimientos, yo con mi penetración y ese manipular de sus senos, nos fundimos por completo en un perfecto mecanismo que provocaba el más intenso placer sexual.

Ella arremetió con más fuerza, yo ya no podía más y en medio de un grito orgásmico de ella y mío, eyaculé dentro de su esfínter como nunca.

Los movimientos peristálticos de su recto exprimieron hasta la última gota de mi semen. Yo estaba placenteramente exhausto.

Sin poder más y casi inconscientes caímos al piso. Yo la abrazaba por detrás. Mi pene ya flácido pero agradecido, descansaba entre ese par de músculos redondos, viendo fijamente a ese ano que tanto placer le había obsequiado.

Yo besaba sus hombros y acariciaba sus senos con mis manos. Ella entonces dijo: -”…gracias. Esto es realmente lo que esperaba”-.

Tras pasar un par de horas, me desperté en una sala de juntas vacía. Mi ropa estaba perfectamente acomodada y encima de el sobrecito negro estaba ahora un sobrecito rojo.

Tras retirar con paciencia ese delicado moño negro, saqué con impaciencia la perfumada nota que en él se guardaba.

Con bellas letras femeninas hechas a mano, la tinta china en ese papel mantequilla decían: -”…ahora puedo morir en paz”-.

No recibí más sobres. No pude saber nunca quien era. Tras poner atención pude constatar que ella, la damita más anónima y pequeña del área, había fallecido.

Me sentí morir. Había sido su última voluntad y ella había impreso en mi y para siempre su perfume, su voz, sus ojos, su cuerpo y por sobre todo, lo que era realmente sentir intenso placer sexual.

Descansa en paz. Descansa en mí.

La receta perfecta

Hacía un frío infernal. Parece una enorme contradicción el decirlo pues se supone que en el infierno arderemos los pecadores eternamente, pero la verdad no encontraba a quién culpar por tan gélida mañana.

No tenía la menor intención de abrir cualquier llave de agua pues aunque mi “calentador” estaba operando correctamente, sabía que al sacar mis manos o todo mi cuerpo del agua caliente, el frío atacaría como un millón de cuchillas cortándome.

Me hice de valor y entré a la regadera. En medio del éxtasis que producía el agua caliente en todo mi cuerpo, escuché que ella ya se había levantado. Con tres pequeños e inhibidos toquidos en la puerta me preguntó si podía entrar. Tras responder un “Sí” con calma y firmeza ella entró a realizar sus abluciones matutinas.

Pregunté si deseaba entrar a compartir el agua caliente, pues yo ya estaba por terminar y para que no se enfriara el agua era ese mágico intercambio de personas lo que hacía la diferencia en la rutina del baño. Ella aceptó y rápidamente realizamos el intercambio de regadera.

Tomé mi toalla de inmediato y aunque cubrí lo que se podía de mi corpulencia con ella, el frío se hizo presente obligándome a retirarme pronto del cuarto de baño, no sin antes colocar una toalla limpia al alcance de ella.

Con algo de morbo y trayendo a mi memoria el recuerdo de la noche anterior deleité mi vista con su silueta trasluciéndose por la puerta. En ocasiones era posible que se disipase el vapor del agua y me permitiera ver su exquisita piel adornada por pequeñas y gráciles gotitas de agua que se deslizaban causando un efecto hipnótico.

Procedí a cobijarme un momento para aclimatarme y en ese lapso ella salió de la regadera. Me preguntó si deseaba desayunar algo y tras cavilar un poco respondí que sí.

Ella procedió entonces a ponerse una bata de baño en su cuerpo y la toalla en su cabeza para secar su cabello. Bajo las escaleras con gracia y decisión y de pronto ella ya estaba en la cocina.

Encendí el televisor y tras percatarme que no había nada que valiese la pena de ser visto en los casi cien canales de vídeo, procedí a apagarlo poniendo mi atención en mi computadora portátil que dormitaba en mi buró.

Consulté mis correos, revisé aquellos que tenían verdadera información, contesté aquellos que realmente valía la pena verlos y procedí a suspender al cachivache informático.

De pronto me sentí con ganas de levantarme y ayudar a la preparación del desayuno. Sin la gracia ni la decisión de mi pareja bajé las escaleras, evitando tropezar con ese perro idiota que yacía acurrucado en el descanso de la escalera.

Entré a la cocina y el frío ahí ya no reinaba. Ella ya no tenía su bata puesta, sino solo un mandil blanco y limpio que cubría sus senos, su abdomen y su pubis, luciendo un par de redondos y hermosos glúteos.
La toalla que antes tenía enrollada en su cabeza para secar su cabello yacía tirada junto a la bata y su castaña cabellera húmeda y fragante ya adornaba su cuello y hombros.

Era divino verla maniobrar con ambas manos los utensilios e ingredientes que poco a poco estaban dando forma, olor, color y sabor a lo que sería nuestro desayuno.

En ese momento prescindí de la toalla que cubría solo la parte inferior de mi cuerpo pues ya no era necesaria. Me miró pícaramente por el rabillo de su ojo derecho y con una vocesita bastante sensual me invitó a que entre los dos termináramos con la preparación del desayuno.

Se puso delante de mi. Tomó mi mano derecha y ella la puso diligentemente sobre su cadera. Con mi mano izquierda comencé a masajear su hombro derecho mientras que con mi cara acariciaba su cabello y con mis labios besaba su cuello.

Ella se estremeció y sabedora de cuánto me excitaban sus senos, bajó mi mano izquierda con mi palma completamente extendida, para depositarla en su seno izquierdo. Pude sentir de inmediato ese pezón hermoso y turgente que acariciaba la palma de mi mano. Con mis dedos índice y pulgar lo tomé y suavemente lo manipulé dándole un masaje que ella agradeció comenzando con una respiración pesada y que develaba placer.

Ella comenzó a batir un huevo y para ese momento sus senos eran presa de mis manos que de manera firme pero con calma se regocijaban acariciándolos con movimientos orbitales.

Ella comenzó a colocar sus nalgas rozando mi pene, que ya estaba erecto y ávido de ser acariciado. Maliciosa pero muy delicadamente comenzó ese delicioso movimiento de cadera que daba por resultado la caricia completa de mi pene entre ese par de maravillas redondas de su derriere.

Así estuvimos un par de minutos hasta que la tomé de la cintura, la volteé hacia mi y con rápida presteza retiré ese recipiente de el huevo revuelto, dando paso a toda ella de manera que se tendiera en la mesana de preparación obsequiándome su vagina.

De inmediato procedí a besar su entrepierna y con mi lengua dar pequeños toquecitos en su clítoris. Eso le encanta y lo demuestra con un leve estremecimiento acompañado de una risita pícara.

Ya no eran pequeños toquecitos, eran salvajes pero suaves ataques de mi lengua a toda su femineidad. Sus labios menores eran divididos rítmicamente por una lengua que sabía su oficio y recibía como recompensa esa tierna calidez. Ella con un gemido me pidió detenerme.

Me detuve y se irguió haciéndome un poco hacia atrás con sus manos. Se bajó de la mesana e hincándose tomó con su mano derecha mi pene. Se lo llevó a la boca y me obsequió un delicioso felatio no solo con sus labios sino también con su paladar, su lengua y su garganta.

Acariciando su cabello y viendo como mi pene era completamente deglutido por ella en rítmicos ataques, produjeron que mi excitación fuera al máximo.

Entonces la tomé de sus axilas, la levanté y colocando su cuerpo dándome la espalda, en un mudo pedir y en un diligente dar se encorvó hacia adelante preparándose para la penetración.

Tomé mi pene con la mano derecha y separando sus labios vaginales haciéndolo ingresar al sacrosanto espacio que con su tibieza me invitó a realizar los movimientos de vaivén que tanto le gustan a ella.

Con su habilidad y sus movimientos de cadera, coincidiendo sincrónicamente con mis movimientos daban por resultado una penetración profunda y una trayectoria que por su longitud producía en ella ese placer que tanto me encanta obsequiarle.

En movimientos cada vez mas violentos ella explotó en un orgasmo premiándome por un trabajo bien hecho.
Me pidió un poco de calma y dejé mi pene quietecito. Sentí como su cervix se regocijaba con movimientos peristálticos que hacían que la erección no disminuyera.

Rompió el contacto, se puso en cuclillas y procedió a ese felatio que tanto me gusta. Pasaba su lengua con maestría por la punta del glande, lo acariciaba y con ésta pasó por todo él hasta que llegaba a los testículos.
Abrió su boca y lo enguyó suave pero completamente. Con sus manos en mis nalgas atraía mi cadera hacia su boca, haciendo que no faltase ni un solo milímetro de pene dentro de su boca.

Que sensación mas hermosa. Ella conocía perfectamente su arte y con movimientos oblicuos empezó a atacar con su boca, paladar y garganta a mi pene.

No podía yo mas. Traté de apartarla para poder eyacular y no profanar su santa boca. Ella con una mirada fuerte y acompañándose de sus brazos, evitó que yo saliera de ella. El ataque era cada vez más intenso, el calor subía por toda mi cara.

En un grito ahogado y sin poder contenerme mas eyaculé dentro de su garganta. Ella no hacía nada por evitarlo y mas bien al contrario gozaba sintiendo el semen por su garganta.

Así me dejó un tiempo y poco a poco ella empezó con lametones en todo mi pene, limpiando cada resquicio de este. Yo me estremecía y sentía un placer indescriptible. Ella es sorprendente.

La levanté y me besó. No hice nada por evitarlo pues ella al fin me había obsequiado su boca y no existía escatología alguna en ese acto.

Nos serenamos un poco viéndonos el uno al otro con esa mirada de gozo completo. Ella entonces rompió el silencio con una pregunta: -”Estrellados o revueltos”-. La rutina volvía.