miércoles, 15 de diciembre de 2010

Esclavo de su deseo…

Eran ya cinco minutos después de la hora señalada para la entrada. Apresuré el paso para poder acortar aunque fuese ilusoriamente la ya muy poca distancia que me separaba de mi oficina.

Afortunadamente el elevador acababa de llegar y casualmente (aleluya) también tenía programado el piso al que yo debía subir.

Ya en mi cubículo procedí a la rutina de desempacar mis bártulos laborales y servirme una taza de café.

En la atestada cocinita no había casi espacio, por lo que solicitando permiso y empujando, pude tomar mi taza, servirme mi café y regresar a mi estación de trabajo.

Al llegar noté que en mi escritorio había un pequeño sobre color negro, con un coqueto moñito blanco hecho con un encaje bastante minúsculo. Sorprendido por el espontáneo y anónimo obsequio, me quedé un momento de pié viéndolo.

Discretamente miré por el rabillo del ojo a ambos lados y nadie parecía demostrar que era esa persona “anónima” que dejó tan interesante objeto.

Me senté pesadamente en mi silla y poniendo atención a mis mensajes discretamente comencé a abrir el sobre.

Al ser abierto el sobre despidió un aroma muy delicado y a la vez delicioso. Asomaba ya el contenido del sobre y se notaba una linda caligrafía hecha a mano, presumiblemente femenina.

Contesté una llamada y mientras entregaba verbalmente cierta información procedí a tomar esa nota. De repente mi sorpresa fue tal que dejé de poner atención a mi llamada.

En ese trozo de papel mantequilla venía escrito con tinta china la frase: -”…quiero que Tú me llenes completamente de un intenso placer sexual”-

Como pude terminé mi llamada no sin tener que disculparme en varias ocasiones con mi interlocutor, pues estaba realmente turbado con ese misterioso mensaje.

Atónito, con la mirada fija aún en la nota, simplemente procedí a guardarla de nuevo en su discreto sobre. Puse la nota en el bolsillo de mi camisa y traté de retomar concentración y compostura en el sanitario.

Solo en esa habitación, mirándome al espejo procedí a lavarme la cara con agua fría. Tras tomar un poco de ánimo regresé a mis labores.

Pasaron algunas horas y confieso que ese extraño pero muy enigmático y a la vez y por qué no agradable acontecimiento, se me habían olvidado.

Llegó la hora de tomar el almuerzo y mientras pedía mi elevador, una voz femenina me dijo en un delicado y estremecedor susurro: -”…no me mires, sigue viendo al frente. Te espero después de la salida en la sala de juntas”-.

Intenté ver de quién se trataba, pero inmediatamente increpó: -”…no voltees. Si volteas todo acabó”-.

Se abrió la puerta del elevador y como por arte de magia esa voz y quien la profirió no estaban más a mi lado. En el espejo que estaba en el fondo del elevador no se veía mas que mi petrificada corpulencia.

Subí al elevador y tras llegar al pequeño expendio de alimentos, no estaba seguro ya si quería almorzar algo. La verdad estaba temblando.

Pedí un “sandwitch” de atún, un jugo de naranja y tras engullirlos de manera casi inconsciente, retorné a laborar.

Así pasó el tiempo entre llamadas, mensajería electrónica, reportes, pedidos, agendado de pláticas y cursos. La tan ansiada hora de salida llegó.

No era extraño para nadie el que yo me quedar hasta altas horas de la noche en la oficina, por lo que simplemente tras responder a los amables mensajes de despedida procedí a esperar.

Solo y sin nadie mas al rededor me acerqué cautelosamente a la sala de juntas. El sobrecito aún en el bolsillo de la camisa escuchaba perfectamente los agitados latidos de mi corazón.

Estiré mi mano para abrir la puerta y esta se abrió suavemente. Oteando por el espacio entre la puerta y el marco de la misma, no se veía nada. Solo obscuridad.

Comencé a entrar a la sala y la voz me dijo con suavidad: -”…pasa hasta el fondo y siéntate en ese sillón.

El único sillón que se alcanzaba a distinguir en la obscura sala estaba separado un par de metros de la mesa de consejo. Con pasos firmes pero lentos llegué al sillón y con calma procedí a sentarme.

Alcancé a distinguir una delicada forma femenina que se recortaba en ese claro-obscuro que ahora inundaba la sala.

Era una bella figura femenina menudita y delgada. Su exquisito cuerpecito con muy femeninas y redondas formas expedían ese perfume que estaba presente en el sobrecito y la nota.

Se acercaba a mí y tras simplemente hacerme una seña de guardar silencio, se sentó en la mesa de consejo y se reclinó hacia atrás.

Su negro y hermoso cabello calló en esa mesa y delante de mi estaba ese bellísimo pubis que de manera al principio tímida procedí a tocar.

Sus delicados vellos enmarcaban un par de tiernos labios, que sin que nadie me dijese nada yo sabía que tenía que hacer.

Saqué un poco mi lengua y comencé a degustar ese sagrado manjar. Con movimientos lentos y delicados ascendentes y descendentes acaricié esa rosácea vagina.

Cada que mi lengua tocaba su redondito clítoris ella se estremecía y profería un delicado gemido. Yo comencé a excitarme y a experimentar un intenso calor en mi cara.

Tomé con mis manos su cadera y atrayéndola a mi boca, besé su vagina con intenso frenesí. Toda mi lengua estaba ahora en su femenina y húmeda cavidad.

Con movimientos lentos pero decididos metía y sacaba mi lengua y eso parecía gustarle, pues de inmediato se incorporó para con sus dos brazos aferrarme fuertemente a su pubis.

Loco de excitación ataqué esos genitales femeninos con ardorosa pasión, hasta que ella tomándome de mis cabellos me separó de mi festín.

Me puse de pié y ella se arrodilló ante mi. Me desabrochó el cinturón con sus manos mientras que con su mejilla acariciaba mi pene por encima del pantalón.

En cuanto ella desnudó mi falo, abrió su boca y sacando un poco su lengua procedió a deglutirlo como si se tratase de una ostia.

Con sus manos en mis glúteos me hacía acercarme más a ella. Yo sentía con hondo placer como mi pene era literalmente tragado. La sensación de mi glande en su garganta era indescriptible.

Con denuedo y con esa excitación ya en ambos, la separé amable y suavemente de mi pene y tras tomarla de la espalda y glúteos, la cargué sobre mí para penetrarla.

Ella en vilo y yo elevándola y bajándola rítmicamente, con mi pene en su vagina, comenzó esa danza frenética. Sus movimientos estrambóticos y rítmicos acompañados de esos ya no tan silenciosos gemidos, me hicieron hervir aún más mi sangre.

Ella estalló en un orgasmo y temblando me pidió detenerme un momento. Tiernamente acurrucó su cabeza en mi hombro y entre jadeos orgásmicos me dijo: -”…ponme en el suelo por favor”-.

La hice descender delicadamente y ella entonces me dio la espalda. Se inclinó completamente y con su mano tomó mi pene. Tirando suavecito de él me hizo acercarme a sus glúteos.

Ella entonces me dijo con su voz queda: -”…quiero tu lengua”-. De inmediato entendí su deseo. Me hinqué delante de sus carnosas nalgas, las separé con mis manos y coloqué mi lengua en su esfínter anal.

Comencé a lamer el borde de la estrecha cavidad y noté que ella temblaba en cuanto con mi lengua pasaba por el centro de ese tierno anito.

Entonces ella con su mano izquierda abrió más mi panorama y ahora mi lengua degustaba esos delicados pliegues y algo del interior de su esfínter.

Con movimientos de “va y ven” ella provocaba que mi lengua entrara cada vez más a su ano. Así seguimos un pequeño lapso de tiempo hasta que con una voz decidida y mostrándome sus bellísimos ojos negros me ordenó: -”…penétrame completamente”-.

Me puse de pié. Tome mi pene con la mano derecha y acercándolo a su ano, procedí a insertarlo en ese vórtice del placer supremo.

Ella respondió acercándose más. Con un gemido ahogado ella terminó de introducirlo por completo. Se puso de pié con mi miembro viril completamente dentro de su ano y tomando mis manos las colocó en su enhiesto y firme par de senos.

Ahora la imaginación y el instinto se apoderaron de los dos. Ella con sus movimientos, yo con mi penetración y ese manipular de sus senos, nos fundimos por completo en un perfecto mecanismo que provocaba el más intenso placer sexual.

Ella arremetió con más fuerza, yo ya no podía más y en medio de un grito orgásmico de ella y mío, eyaculé dentro de su esfínter como nunca.

Los movimientos peristálticos de su recto exprimieron hasta la última gota de mi semen. Yo estaba placenteramente exhausto.

Sin poder más y casi inconscientes caímos al piso. Yo la abrazaba por detrás. Mi pene ya flácido pero agradecido, descansaba entre ese par de músculos redondos, viendo fijamente a ese ano que tanto placer le había obsequiado.

Yo besaba sus hombros y acariciaba sus senos con mis manos. Ella entonces dijo: -”…gracias. Esto es realmente lo que esperaba”-.

Tras pasar un par de horas, me desperté en una sala de juntas vacía. Mi ropa estaba perfectamente acomodada y encima de el sobrecito negro estaba ahora un sobrecito rojo.

Tras retirar con paciencia ese delicado moño negro, saqué con impaciencia la perfumada nota que en él se guardaba.

Con bellas letras femeninas hechas a mano, la tinta china en ese papel mantequilla decían: -”…ahora puedo morir en paz”-.

No recibí más sobres. No pude saber nunca quien era. Tras poner atención pude constatar que ella, la damita más anónima y pequeña del área, había fallecido.

Me sentí morir. Había sido su última voluntad y ella había impreso en mi y para siempre su perfume, su voz, sus ojos, su cuerpo y por sobre todo, lo que era realmente sentir intenso placer sexual.

Descansa en paz. Descansa en mí.

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