miércoles, 15 de diciembre de 2010

La receta perfecta

Hacía un frío infernal. Parece una enorme contradicción el decirlo pues se supone que en el infierno arderemos los pecadores eternamente, pero la verdad no encontraba a quién culpar por tan gélida mañana.

No tenía la menor intención de abrir cualquier llave de agua pues aunque mi “calentador” estaba operando correctamente, sabía que al sacar mis manos o todo mi cuerpo del agua caliente, el frío atacaría como un millón de cuchillas cortándome.

Me hice de valor y entré a la regadera. En medio del éxtasis que producía el agua caliente en todo mi cuerpo, escuché que ella ya se había levantado. Con tres pequeños e inhibidos toquidos en la puerta me preguntó si podía entrar. Tras responder un “Sí” con calma y firmeza ella entró a realizar sus abluciones matutinas.

Pregunté si deseaba entrar a compartir el agua caliente, pues yo ya estaba por terminar y para que no se enfriara el agua era ese mágico intercambio de personas lo que hacía la diferencia en la rutina del baño. Ella aceptó y rápidamente realizamos el intercambio de regadera.

Tomé mi toalla de inmediato y aunque cubrí lo que se podía de mi corpulencia con ella, el frío se hizo presente obligándome a retirarme pronto del cuarto de baño, no sin antes colocar una toalla limpia al alcance de ella.

Con algo de morbo y trayendo a mi memoria el recuerdo de la noche anterior deleité mi vista con su silueta trasluciéndose por la puerta. En ocasiones era posible que se disipase el vapor del agua y me permitiera ver su exquisita piel adornada por pequeñas y gráciles gotitas de agua que se deslizaban causando un efecto hipnótico.

Procedí a cobijarme un momento para aclimatarme y en ese lapso ella salió de la regadera. Me preguntó si deseaba desayunar algo y tras cavilar un poco respondí que sí.

Ella procedió entonces a ponerse una bata de baño en su cuerpo y la toalla en su cabeza para secar su cabello. Bajo las escaleras con gracia y decisión y de pronto ella ya estaba en la cocina.

Encendí el televisor y tras percatarme que no había nada que valiese la pena de ser visto en los casi cien canales de vídeo, procedí a apagarlo poniendo mi atención en mi computadora portátil que dormitaba en mi buró.

Consulté mis correos, revisé aquellos que tenían verdadera información, contesté aquellos que realmente valía la pena verlos y procedí a suspender al cachivache informático.

De pronto me sentí con ganas de levantarme y ayudar a la preparación del desayuno. Sin la gracia ni la decisión de mi pareja bajé las escaleras, evitando tropezar con ese perro idiota que yacía acurrucado en el descanso de la escalera.

Entré a la cocina y el frío ahí ya no reinaba. Ella ya no tenía su bata puesta, sino solo un mandil blanco y limpio que cubría sus senos, su abdomen y su pubis, luciendo un par de redondos y hermosos glúteos.
La toalla que antes tenía enrollada en su cabeza para secar su cabello yacía tirada junto a la bata y su castaña cabellera húmeda y fragante ya adornaba su cuello y hombros.

Era divino verla maniobrar con ambas manos los utensilios e ingredientes que poco a poco estaban dando forma, olor, color y sabor a lo que sería nuestro desayuno.

En ese momento prescindí de la toalla que cubría solo la parte inferior de mi cuerpo pues ya no era necesaria. Me miró pícaramente por el rabillo de su ojo derecho y con una vocesita bastante sensual me invitó a que entre los dos termináramos con la preparación del desayuno.

Se puso delante de mi. Tomó mi mano derecha y ella la puso diligentemente sobre su cadera. Con mi mano izquierda comencé a masajear su hombro derecho mientras que con mi cara acariciaba su cabello y con mis labios besaba su cuello.

Ella se estremeció y sabedora de cuánto me excitaban sus senos, bajó mi mano izquierda con mi palma completamente extendida, para depositarla en su seno izquierdo. Pude sentir de inmediato ese pezón hermoso y turgente que acariciaba la palma de mi mano. Con mis dedos índice y pulgar lo tomé y suavemente lo manipulé dándole un masaje que ella agradeció comenzando con una respiración pesada y que develaba placer.

Ella comenzó a batir un huevo y para ese momento sus senos eran presa de mis manos que de manera firme pero con calma se regocijaban acariciándolos con movimientos orbitales.

Ella comenzó a colocar sus nalgas rozando mi pene, que ya estaba erecto y ávido de ser acariciado. Maliciosa pero muy delicadamente comenzó ese delicioso movimiento de cadera que daba por resultado la caricia completa de mi pene entre ese par de maravillas redondas de su derriere.

Así estuvimos un par de minutos hasta que la tomé de la cintura, la volteé hacia mi y con rápida presteza retiré ese recipiente de el huevo revuelto, dando paso a toda ella de manera que se tendiera en la mesana de preparación obsequiándome su vagina.

De inmediato procedí a besar su entrepierna y con mi lengua dar pequeños toquecitos en su clítoris. Eso le encanta y lo demuestra con un leve estremecimiento acompañado de una risita pícara.

Ya no eran pequeños toquecitos, eran salvajes pero suaves ataques de mi lengua a toda su femineidad. Sus labios menores eran divididos rítmicamente por una lengua que sabía su oficio y recibía como recompensa esa tierna calidez. Ella con un gemido me pidió detenerme.

Me detuve y se irguió haciéndome un poco hacia atrás con sus manos. Se bajó de la mesana e hincándose tomó con su mano derecha mi pene. Se lo llevó a la boca y me obsequió un delicioso felatio no solo con sus labios sino también con su paladar, su lengua y su garganta.

Acariciando su cabello y viendo como mi pene era completamente deglutido por ella en rítmicos ataques, produjeron que mi excitación fuera al máximo.

Entonces la tomé de sus axilas, la levanté y colocando su cuerpo dándome la espalda, en un mudo pedir y en un diligente dar se encorvó hacia adelante preparándose para la penetración.

Tomé mi pene con la mano derecha y separando sus labios vaginales haciéndolo ingresar al sacrosanto espacio que con su tibieza me invitó a realizar los movimientos de vaivén que tanto le gustan a ella.

Con su habilidad y sus movimientos de cadera, coincidiendo sincrónicamente con mis movimientos daban por resultado una penetración profunda y una trayectoria que por su longitud producía en ella ese placer que tanto me encanta obsequiarle.

En movimientos cada vez mas violentos ella explotó en un orgasmo premiándome por un trabajo bien hecho.
Me pidió un poco de calma y dejé mi pene quietecito. Sentí como su cervix se regocijaba con movimientos peristálticos que hacían que la erección no disminuyera.

Rompió el contacto, se puso en cuclillas y procedió a ese felatio que tanto me gusta. Pasaba su lengua con maestría por la punta del glande, lo acariciaba y con ésta pasó por todo él hasta que llegaba a los testículos.
Abrió su boca y lo enguyó suave pero completamente. Con sus manos en mis nalgas atraía mi cadera hacia su boca, haciendo que no faltase ni un solo milímetro de pene dentro de su boca.

Que sensación mas hermosa. Ella conocía perfectamente su arte y con movimientos oblicuos empezó a atacar con su boca, paladar y garganta a mi pene.

No podía yo mas. Traté de apartarla para poder eyacular y no profanar su santa boca. Ella con una mirada fuerte y acompañándose de sus brazos, evitó que yo saliera de ella. El ataque era cada vez más intenso, el calor subía por toda mi cara.

En un grito ahogado y sin poder contenerme mas eyaculé dentro de su garganta. Ella no hacía nada por evitarlo y mas bien al contrario gozaba sintiendo el semen por su garganta.

Así me dejó un tiempo y poco a poco ella empezó con lametones en todo mi pene, limpiando cada resquicio de este. Yo me estremecía y sentía un placer indescriptible. Ella es sorprendente.

La levanté y me besó. No hice nada por evitarlo pues ella al fin me había obsequiado su boca y no existía escatología alguna en ese acto.

Nos serenamos un poco viéndonos el uno al otro con esa mirada de gozo completo. Ella entonces rompió el silencio con una pregunta: -”Estrellados o revueltos”-. La rutina volvía.

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